lunes, 12 de septiembre de 2011

Capítulo 32 --- Comenzar de nuevo

_Parece que alguien pasó la noche fuera de su Sala Común...

Summer y Chloe acababan de entrar a la habitación, dónde sólo estaba Sarah leyendo un libro. Ella se limitó a mirarlas.

_Ese mismo alguien, que no fue a la clase de Cuidado de los Seres Mágicos... –continuó Sum.

_No estaba de humor, chicas... ¿bien?

_Eso lo entendemos más de lo que crees, y da la casualidad de que nosotras tampoco teníamos humor de ir –Loe le sonrió-. Aunque ya tengo más faltas que presentes... –se quedó pensativa.

_¡Pero vamos! –la animó Summer sentándose en la cama con ella- ¡Cuéntanos! Digo, ni tú ni Snape bajaron a cenar ayer... y tú no regresaste a dormir. Nos quedamos toda la noche abajo en los sillones esperándote... es más que obvio que te quedaste con él.

_Así que, por favor, cuéntanos –comenzó Loe-. Trata de omitir todos los detalles grotescos de tú haciendo cochinadas con él, porque Chloe se va a traumar... y sí, a Chloe le gusta hablar en tercera persona.

_No hubo cochinadas, sólo hablamos de nuestra situación, fin –explicó Sarah.

_¡Ann!

_¿Qué?

_¡Que no puedes pretender que me conforme con esa historia! Hace un par de días, estabas completamente loca de angustia porque pensabas que Sarah iba a regresar...

Ese comentario hizo que Sarah se pusiera bastante nerviosa. Sabía que no podía contarles la verdad a sus amigas, porque ya nada sería lo mismo, pero no se había dado cuenta de que sus amigas recordarían por siempre, ese año en el que intentaron resolver un misterio y no lo lograron... cuando en realidad ya todo estaba resuelto.

_Bueno, es cierto. Lo siento. De verdad tenía las esperanzas de que ella regresara. Y estaba segura de que, si hubiera descubierto qué eran esos garabatos a tiempo, la habría encontrado.

_O tal vez no... –intentó consolarla Summer.

_¡Sí, la hubiera encontrado! -“Es más, la encontré, está muerta... y aquí discutiendo contigo”, agregó en sus pensamientos.

_Summer... –siguió Chloe-. Es Hannah, a ella la consuela más tener razón en su fracasado, que creer que no fracasó y no tener la razón.

Sarah no dijo nada.

_Por favor, chicas. Ya nunca sabré “que hubiera sucedido si...”, así que por favor, no hablemos de Sarah y su paradero nunca más... ya no me interesa saber qué fue de ella.

_Bueno. Está bien. De todos modos, ya no era divertido y te estaba trayendo más lágrimas que sonrisas. Ahora dinos... ¿cómo fue que pasaste de decirle a Snape “seamos solo profesor y alumna” a volver a su despacho y hablar del tema?

_No lo sé –comenzó lento, para tener tiempo de pensar cómo les diría las cosas... y sobre todo, qué les diría y que no-. Fue todo muy confuso.

Esa frase vacía de información, siempre le había resultado excelente a la hora de hacer tiempo para inventar mentiras. Y esa vez, no sería la excepción.

Se quedó pensativa y las chicas expectantes.

_Anoche fui al despacho de Dumbledore, a hablar con él sobre Sarah. Le conté todo lo que había sucedido, que había estado investigando, pero que no había podido resolverlo a tiempo. El me dijo que no me preocupara, que si Sarah pensaba regresar en algún momento, lo haría independientemente de que yo resuelva este misterio.

_¿Viste? ¡Eso es lo que yo digo!

_Bueno y... nada. Hablé con él un rato, y al salir de ahí me encontré con Snape. Nos pusimos a discutir... ya ni sé por qué. Entonces... silencio. Y... me dijo que no podríamos terminar bien todos los años que me quedaban aquí, y que teníamos que llegar a una solución. Y fuimos a su despacho y nos quedamos hablando de todo... absolutamente todo. Desde que entré aquí, hasta hoy. De ahora en adelante trataremos de no hacer corto circuito –mintió.

De seguro, no era la clase de historia que las chicas esperaban, porque la mayoría de las peleas entre ellos, no eran para buscar una solución, siempre era para intentar dominar el uno al otro, y les resultaba extraño escuchar de golpe, que a alguien como Snape le preocupaba pelearse con una alumna... y más, con esa alumna.

_¡Uau! –exclamó Summer- ¡Jamás hubiera esperado eso de él! ¡Cómo se nota que le importas!

Tal vez a Hannah, como Hannah, le hubiera interesado el comentario, pero a Sarah como Hannah le dolió bastante. Trató de ocultarlo y volvió a la lectura.

_¿Y cómo fue?

_¿Qué cosa?

_La conversación, Ann.

_Ah... normal. O sea, hablamos como dos adultos. Lo cual, es aún más asombroso que todo lo anterior.

_Seguro que sí. Pero lo que me interesa saber es... ¿qué sentiste al hablar con él?

_¡Qué se yo! Fue confuso. Sentí cosas muy distintas durante toda la charla... pero no podría definirte ninguna.

_¿Lo sigues queriendo? –preguntó tímidamente.

_No lo sé. Creo que no. Es como dice Chloe –odiaba darle la razón, incluso siendo Sarah, y más si lo hacía de mentira-. Me gustaba porque es enigmático. Ahora que lo conozco, no me atrae tanto –“demonios... la última vez que le mentí tanto a mis amigos, terminé transparente en esta misma cama... momento... ¡Esta misma cama! ¿Será posible que las dos veces que fui alumna de aquí me toco la misma maldita cama que tiene una pata coja?”

_¿Qué sucede?

_¿Por?

_Porque tienes esa cara de indignación...

_Ah... no, es solo que me molesta que esta cama esté rota... buscaré algún conjuro para arreglarla más tarde.

Se quedaron en silencio unos instantes.

_Bueno, ya que nos sobra media clase de Cuidado de los Seres Mágicos... ¿vamos a dar una vuelta? Supongo que hoy pasarás todo el día con Aidan así que...

_Sí, vamos.

* * *

Todo el día con Aidan. Ese era otro pensamiento que daba vueltas por su cabeza.

El tiempo que había estado hablando con él en el desayuno, le había agradado bastante. Es decir, que aunque su nombre y su historia se hubieran dado vuelta de la noche a la mañana, aquel muchacho de ojos dulces seguía resultándole cautivador.

Se sintió cómoda, y de a ratos olvidó su emocionalmente agitada noche. Se había despedido de él diciéndole que no había dormido bien, y que descansaría hasta la tarde. Que se vieran en la noche, porque ella debía prepararle una sorpresa.

Luego de dar una vuelta con sus amigas, regresó a su cuarto, e intentó dormir. No pudo, siempre había algo que la molestaba. Primero, la luz (cosa que jamás le había importunado el sueño). Luego el calor, se destapó; le agarró frío, y se tapó nuevamente. Le costaba respirar, abrió las cortinas... la luz de nuevo.

Dio vueltas y vueltas, y todas las posiciones le resultaban incómodas. Trataba de pensar qué sorpresa le prepararía a Aidan, pero sus pensamientos siempre regresaban a las mazmorras. Después del almuerzo tenía Pociones, pero no iría. No tomaría ninguna clase de ese día exceptuando Transformaciones, ya que la profesora McGonagall le había llamado la atención varias veces, por faltas injustificadas y por las llegadas tarde.

Fracasando con todo éxito a la hora se intentar dormir, se levantó resignada, buscó unos pergaminos y un tintero, y bajó a una de las mesas de la Sala Común. Con un sencillo conjuro tiñó los pergaminos de distintos colores, y lo mismo hizo con la tinta. Hizo una carta dulce, tierna y decorada para Aidan, y luego bajó a las cocinas a hablar con los elfos.

Les preguntó si podían hacerle un pequeño favor, y ellos accedieron encantados de tener un poco más de trabajo. Terminó todo eso a tiempo para ir a buscar a las chicas al aula de Pociones e ir con ellas a la siguiente clase.

Lógicamente en la puerta se encontró con Snape, cruzaron significativas miradas, pero lo ignoró y se dirigió a las chicas. Ellas se alegraron se verla de mejor humor que antes y Sarah les mostró la carta que había hecho para Aidan.

_¡Te quedó hermosa! –opinó Chloe, y la carta pasó a manos de Summer.

_¡En serio, es muy linda! –opinó Summer, y la carta pasó a manos de...

_Así que en esto empleas el tiempo que te ahorras con mi clase... –ya sabemos quién dijo eso, así que continuemos-. Me parece que usted, señorita Coleman, no entiende las dificultades que este tipo de irresponsabilidad puede traerle, y me parece que debemos charlar al respecto, si es tan amable de acompañarme al salón... –le hizo un gesto de que lo siguiera y entraron al aula.

Es obvio que Sarah no es ninguna estúpida, y que había bajado a las mazmorras a ver a Snape, con la excusa de buscar a las chicas. Si ella de verdad quisiera esquivarlo, no iría a los lugares de encuentro seguro... en los horarios de encuentro seguro.

Snape dejó la carta sobre su escritorio, cerca del alcance de la mano de Sarah, quien estaba de pie frente a él. Severus ya se había sentado en su silla y no decía ni una palabra. Ella lo evitaba y tenía sus ojos fijos en la carta.

_Tómala. En lo que emplees tu tiempo no es asunto mío –dijo él-. En realidad te traje para darte esto –sacó el diario del cajón-. Hannah me lo dio porque pensaba que me pertenecía a mí más que a ella. Pero... dadas las circunstancias, es mejor que tú lo tengas. A fin de cuentas, es tuyo.

_Gracias –se limitó a decir.

Estuvieron unos segundos en incómodo silencio.

Era obvio que si Severus hubiera estado en contra de la estúpida excusa, que ella había puesto de mostrar la carta a sus amigas para bajar a las mazmorras después de clase, la habría echado, o se habría burlado.

Pero ahí estaba, mirándola sin decir nada. Ella por su parte, podría haberle preguntando si eso era todo, y se hubiera ido. Pero no. Ahí estaban ambos en completo silencio, y ninguno de los dos quería dar el primer paso para terminar ese momento. Después de todo, esa sería la única situación en la que podrían estar juntos en adelante.

_¿Lo leíste? –preguntó ella.

Era por hacer conversación, porque a fin de cuentas, no le interesaba su respuesta.

_No.

_¿No?

_¡No! ¿Qué acaso necesitas un dibujo para comprenderlo?

_No, es sólo que me extraña.

_¿Qué cosa? –preguntó, esta vez, de buen modo.

_Que no te haya dado curiosidad.

_Hasta anoche creía que eras una mentirosa que me había engañado, mentido y estaba amargado de que a pesar de todo jamás pude olvidarte. Lo que menos quería, era leer cómo era que me habías engañado y lo mucho que te había gustado hacerlo. Ahora sé que nada de eso fue verdad, pero... no vale de nada leerlo.

_¿Por qué lo guardaste?

Silencio.

_No lo sé –mintió.

Si bien estaba ablandado desde que sabía que Sarah estaba con vida y de pie junto a él, no estaba tan blando como para decir “porque era lo único de ti que me quedaba”. Ella no insistió.

_Quédatelo –le dijo, como si hubiera leído los pensamientos de Severus.

_¿Por qué?

_Porque las chicas me preguntarán por qué me lo regresaste, y no sabría qué decirles así que...

_Pero...

_Tómalo como un regalo, Severus, después de todo... fuiste la persona que más me conoció, al menos en una de mis vidas –sonrió amargamente-. Me tengo que ir a Trasformaciones... la profesora McGonagall está enojada conmigo porque siempre llego tarde, y ya me dijo que me castigaría.

_Yo debería tomar las mismas medidas... no recuerdo cuándo fue la última vez que viniste a dos clases consecutivas. Pero dile que yo te demoré, que hablaré con ella de todos modos.

_Gracias.

_Y deja de faltar a mi clase. Ya no somos dos alumnos de Hogwarts, Sarah, ahora tengo poder de reprobarte –le sonrió.

_¡No me repruebes Defensa Contra las Artes Oscuras! ¡Ah, lo olvidaba! ¡No conseguiste ese puesto! –retrucó ella con sarcasmo. Le encantaba hacer alusión a esa debilidad de su profesor.

_Afilada como siempre... –reconoció él, sin asombro-. Puedes irte.

Y Sarah se fue, tras tomar la carta para Aidan.

Mientras caminaba, pensaba en el diálogo amigable que acababan de tener, y le agradaba saber que las cosas estaban, de a poco, volviendo a su sitio, pero en un sano equilibrio.

Antes de que todo eso se supiera, él la odiaba por ser su sobrina, pero ahora que sabía que además de eso era su ex novia muerta en sus brazos, la trataba decentemente. Tal vez podrían tener una relación de amigos a pesar de todo. Lo que ella no sabía, era si eso facilitaría que se olvide del amor que aún sentía por él, o si lo haría aún más difícil.

Entró al Salón de Transformaciones, y como era se esperarse tuvo que rendir cuentas con McGonagall, quien le dijo que si bien esa llegada tarde quedaba justificada, eso no cambiaba que no lo estuvieran todas las anteriores, así que no se pudo librar de un castigo.

A pesar de que su día había sido bastante largo, y comenzaba a sentir el cansancio de haber pasado la noche en vela, decidió hacer algo que no quería posponer: ver a Dumbledore.

_Adelante –dijo la voz del director desde el otro lado de la puerta, ella entró.

_Hola, Albus –saludó con voz temblorosa.

El le dedicó una profunda mirada. Era una situación bastante extraña y ella no había podido imaginarse cómo sería verlo de nuevo.

_Hola, Sarah... ¿o prefieres que continúe diciéndote Hannah?

_“Sarah” está bien. Severus me llama así ahora.

_Lleva años sin poder oír o pronunciar ese nombre, me llama la atención que decida hacerlo... ¿cómo reaccionó al verte?

Tomó asiento frente a él. Sintió veinte años pasarle delante en un segundo, y recordó lo extraña que se sentía al entrar en aquel despacho cuando era Hannah, y ahora entendía por qué.

_Primero, no sabíamos qué hacer. Luego, no sabíamos cómo hablar. Después, no sabíamos a dónde queríamos llegar. Y por último... no sabíamos cómo despedirnos.

_Era una situación predecible, supongo.

_Sí, al menos para ti. Cuando hice todo esto, lo que menos pensaba era que las cosas saldrían de este modo. Tal vez lo odiaba tanto en ese momento que trasladaba esa misma sensación al futuro, pero no pensaba que nacer de nuevo, implicaba... ser... yo. Es decir, ya no quiero vengarme. No tengo por qué hacerlo. Eso traería más dolores del pasado, y ya que tengo una nueva vida, no quiero arruinarla con eso. He descubierto que el Maleficio de la Venganza no tiene el menor sentido... ¿qué clase de persona cuya vida fue arruinada, querría arruinar una segunda?

_Una que odie. Llámalo como quieras Sarah, pero un día tendrás que admitir que jamás llegaste a odiar a Severus.

Ella se sorprendió, realmente pensaba que el profesor no respondería porque creía que no existía respuesta.

_Sarah, lo que tenías era resentimiento amoroso. Estabas frustrada, enojada, decepcionada y dolida. Eso al nivel que tú lo sufrías, puede confundirse con el odio, pero no lo es.

Reinó un silencio reflexivo, y luego el profesor continuó.

_No quería que hicieras el Maleficio de la Venganza, porque yo no opino de la muerte del mismo modo que tú lo hacías. Tú le temías. Pero por otro lado, si lo hacías... yo tendría garantizado que estarías aquí de nuevo. Sarah, te repito lo que te dije hace casi catorce años: has sido como una hija para mí.

_Tú has sido como un padre para mí, Albus... –confesó-. Al menos en mi otra vida, porque para esta estás aún más cerca de ser mi abuelo.

El se rió.

_¿He envejecido mucho?

_No... al menos no de espíritu.

Alguien tocó la puerta. Era McGonagall.

_¿Sí, Minerva?

_El Ministro ha llegado.

_Estaré abajo con él en unos minutos.

Ella asintió y se retiró.

_Debo irme, Sarah. Hoy sacrificarán a Buckbeack y le prometí a Hagrid que estaría con él.

_Está bien, Albus. Hablaremos luego –dijo, e intentó poner cara de víctima.

_¿Sucede algo? –preguntó Dumbledore simulando que le creía.

_Estoy algo deprimida –continuó ella.

_¿Hay algo que yo pueda hacer?

_Sí –dijo Sarah, cambiando repentinamente el tono-. Cancelar con alguna excusa todas las clases de Astronomía de hoy... cumplo Mes con Aidan y quería ir ahí con él.

_Es contra las normas, Sarah.

_Sí, el Maleficio de la Venganza es ilegal, y reencarnar va contra todas las leyes de la naturaleza... así que se podría decir que he quebrantado cosas más importantes... ¿qué habría de malo en esto?

_Que hallas hecho cosas más graves, no quiere decir que esto quede justificado. No lo haré. Vuelve a tu Sala Común a estudiar. Quiero que te portes bien y que al menos esta vez sí termines el colegio.

_Muy chistoso, Albus –fue su sarcástica respuesta.

* * *

El director había frustrado su plan nocturno, así que ahora debía pensar en otra cosa romántica para hacer con su novio. Eran las siete de la tarde, así que tenía cerca de dos horas para pensarlo, y además tenía que cambiar la carta, ya que en ella lo invitaba a algo a lo que Dumbledore al final no había accedido.

Fue a buscar a Aidan, y no tardó en encontrarlo. Sabía que él estaría en la biblioteca, porque se aproximaban sus exámenes, así que no tuvo que hacer más que recorrer un par de estanterías. El se alegró mucho al verla.

_¿Vienes a darme la carta que me prometiste?

_No, vine a decirte que tendré que dártela más tarde porque me di cuenta de que tiene un pequeño error.

_¿Uno tan importante?

_Sí. Lo suficientemente importante como para que la carta no me sirva y todo esto me funcione de excusa para venir a verte.

El le sonrió y la beso.

_Tú no necesitas excusas...

_Déjame decirte cosas tiernas de vez en cuando, eres tan dulce que a tu lado yo parezco una bruja.

_Eres una bruja –se burló él.

_¡En el sentido muggle! –se sonrojó.

_Lo sé –la besó de nuevo-. Me encanta que estés así, porque estos últimos días estabas algo... gruñona.

_Lo sé y lo siento... no sé que me pasaba.

_¡Esto es una biblioteca! ¡Si quieren hablar, váyanse a otro lado!

Sin decir nada él juntó sus cosas y salieron de allí.

_¿Te diste cuenta de que siempre que Madame Pince dice eso, aparece como de la nada?

_Sí, es cierto. Lamento haber terminado tu estudio.

_No te preocupes. Hace un mes que sé que hoy es nuestro mesesario, así que en realidad programé mi estudio para tener este día libre. Decidí usarlo porque tú te sentías mal y necesitabas descansar.

_¿Ves que siempre eres demasiado tierno?

_Para ti nunca se es demasiado... –la besó con amor, y la abrazó dulcemente- Te noto distinta –le dijo cuando la soltó.

_¿A qué te refieres?

_No lo sé, estás rara.

_¿Rara mejor o rara peor?

_Rara mejor. ¿Te cambiaste algo? ¿El pelo?

_No, nada.

_Debe ser alucinación mía.

Pasaron un corto rato juntos, y luego ella volvió a la Sala Común para rehacer la carta y ver si se le ocurría algo nuevo. Cuando llegó, vio que había bastante gente charlando animadamente y Chloe y Summer se acercaron a ella.

_¿Qué sucede? –preguntó mirando alrededor.

_¡El hipogrifo escapó!

_¿QUE?

_¡Que escapó, nadie sabe cómo!

_¿Hace cuanto?

_Cerca de una hora...

_¿Culparon a Hagrid?

_Creo que no. Pero no podría asegurarlo.

_¿Y hay tanta inquietud, sólo por eso?

_No, no es sólo por eso –continuó Summer-. Parece que los Dementores están alborotados, y se rumorea que eso tiene que ver con la cercanía de Sirius Black.

_¿Sirius?

_¿Sólo se vieron una vez y ya lo llamas por su nombre? –preguntó Chloe, quien no dejaba pasar nada.

_No, es que yo...

_Era un chiste, Ann. ¿Cenarás con Aidan al final?

_No lo sé, temo ser interrumpidos por alguna clase de Astronomía. Si no se me ocurre nada lo pospondré –se lamentó.

_Al contrario –le sugirió Summer-. Las clases de Astronomía son a partir de las 9. Si te vas con él ahora, pueden besuquearse un rato, cenar tipo 8 y media, y besuquearse solo un poquito más antes de salir huyendo.

_No es mala idea... ¿Qué hora es?

_Las ocho.

_¡Adiós!

Capítulo 31 --- Fidelidad

Ella movió la cara bruscamente para evitar el contacto con la mano de él. Ninguno de los dos decía nada. Sarah trataba de despegar de su cara, el pelo mojado levemente por sus lágrimas. Respiraba entrecortado, y huía a la mirada de ese hombre. El insistió y le acercó la mano al rostro, como si quisiera comprobar que ella no fuera una alucinación, y Sarah lo nuevamente evadió.

Sin admitir más rodeos, Severus la tomó de un brazo y la atrajo hacia él. La abrazó. La sostuvo con firmeza. Ella podía sentirle el corazón latiendo fuerte y aceleradamente. No tuvo fuerzas para alejarlo.

Su llanto, que se había vuelto silencioso, estalló otra vez. El la aferraba, parecía que no había pasado ni un día desde la última vez que se habían visto; y al mismo tiempo, era como si ella hubiera regresado luego de un largo viaje. Los segundos pasaban, y ellos seguían allí, de rodillas en el piso, abrazados.

Cuando se separaron, Sarah vio lágrimas cayendo por el rostro de Severus Snape. Sentía su corazón desgarrarse, y un dolor estrangulador. En ese remolino de pensamientos, recuerdos y sentimientos, era difícil saber qué decir primero... ¿por dónde empezar?

El le acomodó el pelo detrás de la oreja, como solía hacer, y susurró:

_Sarah... ¿cómo...?

_Es una larga historia... –dijo ella, tajante.

_Tenemos que hablar.

_Ya lo creo.

El se levantó y le extendió la mano para que ella hiciera lo mismo, pero Sarah la rechazó, y se puso de pie sin ayuda. Se quedó de brazos cruzados mirando el piso.

Severus seguía observándola, con una mirada indefinida. Ella no se atrevía a mirarlo. Le dolía hacerlo.

_Sígueme... –fue una súplica, no una orden.

El se aproximó a un armario y lo abrió. Dentro había estantes con muchas pociones. Movió un frasco y detrás había un picaporte de hierro tallado a la antigua, con la forma de una serpiente. Lo tomó y abrió un pasaje secreto. Ambos entraron, y luego él cerró la estantería.

Caminó delante de ella unos cuantos metros, doblaron en una esquina y siguieron caminando. Llegaron al otro extremo, donde Snape corrió unas túnicas colgadas cuidadosamente en las perchas y abrió la puerta de otro armario. Salieron.

Fue como si varios meses pasaran delante de los ojos de Sarah. Varios meses vividos por otra persona... ¿Otra persona? Recordaba la última vez que había visto esa cama. Se había desmayado, y pasado la noche junto al profesor de Pociones. Claro que en aquél momento tenía cosas más importantes que pensar y recordar. Ahora sabía que esos mareos y desmayos se debían a Sarah reviviendo dentro de ella. A su conciencia poseyendo la de Hannah... todo era distinto ahora que lo sabía.

Cuando se dio vuelta, Severus estaba cerrando lentamente la puerta del placard como si cargara un gran pesar... y de hecho, lo cargaba.

_Sarah... ¿Cómo es que... volviste?

Ella se sentó en el borde de la cama, y él junto a ella. Ninguno de los dos hablaba. Varias veces Sarah hizo el intento, pero estaba tan confundida en ese momento, que no sabía en qué orden contar los sucesos. Además los últimos días de su vida, la anterior, no estaban muy claros aún.

Miró sus manos y las vio extrañas. Miró su cuerpo. Era extraño tener trece años otra vez. Porque eso era lo que ella sentía en ese instante. Era como si la hubieran sacado de un cuerpo, y la hubiesen puesto en otro más pequeño.

_Yo... no sé –dijo la cuarta vez que abrió la boca para intentar decir algo-. Es como si acabara de despertarme. Es decir, sé lo que hice, pero no lo recuerdo aún. ¡Ay!

_¿Qué? –preguntó él preocupado al ver que ella se agarraba la frente.

_Me duele la cabeza...

Sentía un dolor agudo y punzante. Distintas personas y voces aparecían en su mente. Era como una lluvia de memorias. Luego de unos segundos, continuó.

_Magia Negra –explicó-. Hannah nunca existió. En realidad soy yo. Pero al mismo tiempo no.

Severus la miraba con atención, comenzaba a atar cabos en su mente, pero no quería interrumpirla. Era necesario saber cómo había sucedido algo que había considerado imposible durante tantos años. Recordó la primera vez que vio a Hannah... en primer año, cuando la niña se había perdido en un corredor. Recordó cómo la había confundido irracionalmente con Sarah.

Pero todo recuerdo parecía lejano o ajeno, ahora que era realidad estaba absorbiendo toda su atención. No había tiempo ni espacio. Sólo ellos, y una conversación pendiente desde hacía años.

_Yo sabía que eras Mortífago, sabía que El Señor Oscuro... lo sabía... no me quedaba mucho tiempo. El iba a mandar a matarme en cualquier momento, y quería estar preparada. Claro que... no quería creer que fueras tú. Pero era una posibilidad, y yo era consciente de ello. Fueron días muy oscuros para mí, Severus... te odiaba, y te amaba al mismo tiempo. No sabía qué hacer y enterarme del embarazo me confundió más aún.

El, presa de algo que había recordado, la miró acusante. Había entendido otro tipo de confusión.

_¿Cómo sabes que yo soy el padre? –esa pregunta salió de su boca como un disparo.

Era algo tan dificil de preguntar, que sabía que no se animaría a hacerlo, si se demoraba a pesar en lo que de verdad significaba.

_Severus... fuiste el único hombre de mi vida. Te lo juro.

_¿Y por qué...?

_Quería lastimarte, quería herirte... quería provocarte aunque fuera un poco del dolor que tú me habías causado.

_¿Creías que yo no sufría? ¿Pensabas que no me dolía todo eso?

_¿Cómo pensarlo si eras una gran bola de indiferencia? ¡No me hablabas! ¡No estabas conmigo! ¿Cómo se suponía que yo lo supiera? Lo único que veía, era que pasabas largas noches fuera de casa. ¡Ibas y venías muy ocasionalmente y sin dirigirme la palabra! Me sentía dejada, olvidada... sentía que ya no me amabas.

_¡Era porque te amaba que te ignoraba! Fui vigilado de cerca, más de lo que crees. Fui puesto a prueba contigo, más de una vez... Si El Señor de las Tinieblas hubiera sabido que en nuestra relación había aún amor te habría matado antes. Pero no lo hizo porque no lo creyó necesario. Sarah, por favor, todo lo que hice fue para protegerte...

Se acercó a ella, que se alejó nuevamente.

_¿Incluso hacerte Mortífago?

_¡Si supieras...!

_¿Qué cosa?

_Me juzgaste y te alejaste. Nunca te interesó saber, nunca me dejaste explicarte en qué circunstancias me uní a... él. Fue una noche que fui a ver a Lucius. El estaba misterioso, y no dudó en confiarme (luego de unos cuantos tragos) qué lo tenía tan contento. Habló ciertos rumores, y me dijo que todo era verdad. Que El Señor Oscuro existía y que él formaba parte de su grupo. Me enseñó su marca. El pensaba que yo... era un... Sangre Pura, y me preguntó si quería unirme. Me había dicho que las intenciones de ese Lord eran purificar la sangre, y entre risas me dijo: “Matará desde los muggles más insignificantes, hasta a la mugrosa de tu noviecita”. No sabes, Sarah, como se me estrujó el corazón en ese momento... temí, temí mucho, pero no lo demostré. El había dicho que estaban por reunirse “ahí mismo”, en su casa. Lucius me miraba orgulloso, él estaba seguro de que yo quería formar parte, y de que me encantaría el asunto. Por las ventanas entró una espesa neblina negra... era él... y sus Mortífagos. “¿Quién es este hombre?” preguntó, y Lucius le contestó “Su nuevo sirviente” e hizo una reverencia. Yo estaba en una posición muy complicada. Si decía que no quería unirme, me matarían, te matarían, y yo no podría impedirlo. Si me hacía Mortífago, tenía la opción de regresar, ponerte sobre aviso y huir.

_Pero no lo hiciste, lo ocultaste...

_Porque cuando dije que sí, ese plan era posible. Pero mi primera labor de Mortífago me hizo cambiar de parecer. Luego de que me hicieran la Marca, me tocó demostrar mi valía. Otros Mortífagos trajeron a una familia. El explicó que el hombre era un Vasallo arrepentido que había intentado escapar, y que los cobardes merecían morir... junto con toda su estirpe. La mujer lloraba aterrada, rodeando con los brazos a una pequeña de unos tres años, el hombre estaba pálido y desconcertado, poniéndose como escudo de un niño, que no habría cumplido aún los once años. El Señor Oscuro me dijo “¿Qué les harías tú a los cobardes?”. Los demás comenzaron a decir al mismo tiempo “Mata, mata, mata, mata...”. Matar o morir, o verte morir. Y lo hice.

Sarah lloraba en silencio. El se cubría el rostro con las manos.

_Jamás olvidaré sus ojos mirándome. La madre suplicaba por la vida de sus hijos, lloraba y gritaba desconsoladamente... sin varita... sin otra defensa que su cuerpo tras el cual intentaba esconder a sus hijos. Los demás reían, yo intentaba permanecer indiferente, pero me estaba desarmando. Lo peor fueron los niños. Inocentes. Vulnerables... hubiera dado cualquier cosa con tal de no estar allí haciendo eso. Pero con cada vida que tomé, durante todo mi servicio, lo hice diciéndome a mí mismo que lo hacía para salvar la tuya. Debía permanecer estable a los ojos de El Señor Oscuro, debía parecer sin sentimientos... y todo salía bien, hasta que una noche me llamó a través de la Marca. Pensé que era una reunión normal, pero cuando llegué vi que estaba solo. Me dijo que se había enterado que yo tenía una novia, y que le había parecido extraño que alguien como yo mantuviera una relación amorosa. Yo le contesté “Relación, Señor”. El se rió. Me preguntó cuanta importancia tenía y tuve que decirle y hacerle creer que ninguna. Pensé durante días que lo había logrado... hasta que me asignó una misión Navideña. El resto de la historia ya la conoces. Pero quiero que sepas que jamás habría aceptado, si hubiera tenido la oportunidad...

El silencio que le siguió a esa historia fue tenso y prolongado.

_Ahora, por favor, cuéntame tu historia –pidió él, con voz quebrada.

Ella en realidad quería preguntarle que si todo lo había hecho para salvarla... ¿por qué no lo había hecho al final? Pero sabía que podría preguntárselo después, y accedió al pedido de Severus.

_Bueno... ya sabes cómo fue que descubrí tu marca. Ya sabes cómo fue nuestra relación a partir de ese momento. Yo creía que no me amabas, que yo no te importaba, y te odiaba por eso. Sabía que era probable que me mataran si intentaba huir. Tenía que planear todo en completo silencio. Fue difícil mantener el secreto, pero lo logré. Estaba muy deprimida y a fin de cuentas, poco importaba si un Mortífago venía por mí. Pero había un Mortífago al que jamás le perdonaría matarme. No quería confiar en esa posibilidad, pero no estaba tan ciega como para descartarla. Si ese Mortífago me mataba, yo me vengaría. Y había una sola forma de lograrlo.

_El Maleficio de la Venganza –adivinó Severus-. ¿Cómo no lo pensé?

_Porque eres un incompetente –se burló ella con una amarga sonrisa-. Ahora sabes por qué Dumbledore te niega el puesto de Defensa Contra las Artes Oscuras.

Miró vagamente la habitación, mientras pensaba cómo seguir la historia.

_Cree un refugio en casa y lo sellé con sangre. Le dije a Dumbledore lo que planeaba y no le gustó la idea, pero accedió. Supongo que él tampoco creía que fueras capaz de hacerlo. Cuando el Conjuro estaba casi terminado (lleva días hacerlo) me enteré de mi embarazo. Albus no quiso seguir, me dijo que tuviera en cuenta que había una tercera vida en juego. Todo lo que resta de mis días es una completa neblina en mi mente. En este momento tengo la cabeza llena de nubes. Sé que fui demasiado egoísta. Debí dejar las cosas por la mitad, debí dejar el Maleficio incompleto, pero como ya ves, no lo hice. Supongo que en ese momento pensaba que si tú eras capaz de asesinarme después de todo lo que vivimos juntos, entonces yo no quería tener un hijo contigo. Pero cuando estaba por terminar el plan, me entró un nuevo temor. Yo volvería a nacer sin recordar qué había sucedido. Sabía que mediante sueños lo iría recordando, pero... ¿qué sucedía si volvía a enamorarme de ti?

_Pero según el Maleficio, renacerías del vientre sanguíneo más cercano a mí, es decir... mi media hermana.

_Exacto. Ella era perfecta. Amable, comprensiva... tenía otros hijos, así que me criaría bien. O al menos mejor que mi primera madre. Y además, tú la odias. Odiarías cualquier cosa que naciera de ella, y por mi parte yo sería tu pariente. No había ningún plan mejor que ese. Desde el lugar de tu odiada y secreta sobrina, podría vengar mi muerte con la tranquilidad de no caer en tus redes. Pero supongo que para eso tendría que haber hecho que los sueños comenzaran a los doce años. No pensé que como Hannah me enamoraría tan rápido...

Se subió a la cama y se acurrucó en ella, llorando en silencio.

_Cuando planeé todo eso no pensé que sería tan duro. No sé que me imaginaba... que no me costaría, que no me dolería. Que sería tan simple como despertar una mañana, vengarme, y punto. No pensé que sentiría cosas... tan fuertes, tan duras y confusas.

El se acostó junto a ella, y comenzó a acariciarle el pelo.

_¿Qué harás ahora? –preguntó Severus.

_No lo sé. Porque la verdad es que... me gusta mi vida. Como Hannah, tengo todo lo que no había tenido antes. Mi familia me ama y me apoya, mis amigas me ayudan, me hacen reír... no sé cómo habría sido todo esto sin ellas. Y Aidan es... el hombre. ¿Entiendes?

La mano de él no solo se detuvo, sino que se retiró lentamente.

_Hoy por hoy, siento más deseos de hacer las cosas bien, que de terminar lo que ya no tiene remedio. Supongo que hace años esto tenía sentido, pero ahora... soy dos personas al mismo tiempo, pero no puedo vivir siendo Hannah y Sarah al mismo tiempo. Yo ya no puedo ser Hannah. Ella te perdonaría, porque sin la muerte de Sarah jamás habría existido. Pero no puedo perdonarte, Severus, como la Sarah que soy y siempre fui, no puedo hacerlo.

El ni siquiera intentó convencerla de que lo hiciera, sabía que lo que había hecho no merecía perdón.

_Puedo comprender que estuvieras enojado, puedo comprender que desconfiabas de mí... pero no puedo comprender que decidieras terminar conmigo por algo tan pequeño como eso. Eran peleas estúpidas de mocosos de diecinueve años. Eramos jóvenes, inmaduros, egoístas e impulsivos.

_Y terminamos por destruirnos mutuamente –concluyó él.

Ella vio en los ojos de él, mucho frío y dolor.

_Sí, nos destruimos. Supongo que las cosas habrían sido distintas si no hubiéramos sido tan chicos.

El comenzó a acariciarle una mejilla con los dedos.

_Hay una sola forma de saber eso... –murmuró cabizbajo.

Ella lo miró y repentinamente sus ojos reflejaron temor. El se dio cuenta de eso, pero continuó:

_¡Tú lo dijiste! ¡Éramos chicos!

_¡No, Severus!

_Sí... ahora es distinto. Tenemos una nueva oportunidad. Si no quieres vengarte...

_¡No! ¡Es imposible! ¡Ahora soy tu sobrina y tengo trece años! –se incorporó.

El también lo hizo.

_¡A Hannah no le importaba tener trece años!

_Pero yo soy Sarah, tú me mataste y a mi sí me importa –se levantó se la cama-. Estoy de novia con Aidan –le recordó.

_Pero no lo amas. Tú lo sabes. Puedes negárselo a él, pero sé que sigues enamorada de mí –se puso de pié el también y le tomó las manos.

Estaban frías y temblorosas. El contempló sus inocentes y transparentes ojos, buscando una respuesta. La niña se estremecía al ver esa mirada implorante nuevamente, luego de tantos años. Lo quería, lo amaba, lo sabía. Pero no podía hacerlo, no podía volver a cometer el mismo error.

Pero dudaba. Y él se dio cuenta de eso. La abrazó, y se le fue acercando, ella estaba contra la pared. No supo cuando lo había abrazado, pero de un momento a otro, también lo había rodeado con sus brazos. Su corazón palpitaba fuertemente, y Sarah podía sentirlo en todo el cuerpo. Un silencio los invadía, pero ambos pensaban en lo mismo. Lo tenía cerca, realmente cerca. Tanto como Hannah había deseado infinitas veces...

En el último momento, ella bajó la cabeza.

_Sarah, por favor –suplicó él, en voz baja.

_Severus... yo... no.

Subió una de las manos que tenía en la espalda de él, para acariciarle el rostro, pero al pasar por el cuello sintió algo duro.

_¿Qué es esto?

El no contesto, seguía abrazándola. Ella metió la mano en la túnica de él, y sacó una cadenita de la cual colgaba una S. Severus se la saco y se la dio. Sarah, o Hannah, notó que era muy pesada para el tamaño que tenía. Se la colgó y vio que le lastimaba un poco el cuello.

_Mide las culpas –explicó él-. Por eso algunas personas la sienten pesada y otros no.

En su mente apareció un pensamiento escalofriante: si para ella era pesada, y sus culpas eran algo graves... ¿cuánto le pesaría a él, que tantas vidas se había llevado?

Le desabrochó los primeros botones, para poder estirar el cuello de su túnica y ver los daños. Se horrorizó al verlo. Se llevó ambas manos a la boca. El no la miraba.

_La he cargado noche y día desde el momento en que...

Pero no terminó la frase. Sarah se había soltado de él y se había sentado en la cama nuevamente. Severus se acercó a ella, y la abrazó nuevamente. Sarah apoyó su cabeza en el hombro de él.

_No pretendo que me perdones, porque yo jamás me he perdonado. Y he cargado con esa culpa todos estos años. Sarah... incluso en tu ausencia, te he amado todo este tiempo.

Ella tuvo el impulso de decir “yo también”, pero lo reprimió. Reprimió esas palabras, pero no los pensamientos, y Severus los adivinó.

Era ridículo pensar que todo eso podía estar pasando, pero sin embargo ahí estaban, en medio de una confusión en la cual no podían decidir si pesaban más los razonamientos o los sentimientos.

Se soltó de él, e intentó salir corriendo de la habitación, pero Severus la detuvo.

_Sarah...

Se le acercó dispuesto a besarla. Debilidad, deseo, latidos acelerados... Ella podía sentir la respiración de él... lo empujó.

_Estoy de novia con Aidan –dijo con firmeza-. Te fui fiel cada día de mi vida y no lo mereciste. No voy a fallarle a él sólo porque estés arrepentido.

El la contempló con una larga y blanda mirada.

_Entiendo.

Tras una pausa, Severus tuvo el impulso de decir algo que deseaba que quedara bien claro. Era lo que más había deseado explicarle en todos esos años.

_Sarah yo no fui a matarte esa noche...

_¿Cómo...?

_Eso me habían encargado, pero yo estaba alerta y en guardia porque fui a proponerte huir. Quería que escapáramos, y estaba siendo vigilado, por eso llevaba la varita levantada... nunca quise cumplir ese pedido, solo...

_No cambia las cosas –agregó ella-. Tu intención, a fin de cuentas... no nos regresará al pasado a enmendar lo que pasó. Te entiendo, te creo... pero ya está hecho.

Se sentaron en la cama nuevamente, y hablaron el resto de la noche. Rieron, lloraron. Se explicaron cosas importantes de lo que cada uno había sentido en el último año de noviazgo. Qué habían pensado y por qué, qué errores eran los que cada uno había cometido. En fin... cosas que habían salvado más que una relación amorosa, si lo hubieran dicho a tiempo.

_Mi temor más grande, Sarah, era llegar a casa y que te hubieras ido. Te admiré y agradecí en silencio por soportar tanto. A veces tenía la esperanza de que te hubieras dado cuenta de todo, y que fueras mi cómplice. Pero a veces te escuchaba llorando encerrada, y entendía que era sólo idea mía.

Severus estaba recostado en la cabecera, rodeándola a Sarah con un brazo, ambos mirando el techo mientras conversaban y dirigiéndose algunas miradas en las palabras o frases importantes. Ambos esa noche, se dejaron en claro que se amaban. El con palabras, ella con silencios. Y ninguno de los dos olvidaría ese momento.

Dolió, pero sanó heridas profundas y viejas.

_No quiero que vuelvas a usar esto –le dijo Sarah, jugando con la cadena que colgaba del cuello de él.

_Pero yo sí quiero usarla. Me alivia ¿entiendes?

_Ahora que hemos hablado, ya no necesitas flagelarte así.

_No me has perdonado, Sarah, así que seguiré usándola –parte de él sabía que estaba en lo cierto; y otra parte, muy pequeña, tenía la esperanza de que en ese momento ella le dijera que si lo había perdonado.

Pero no, simplemente esquivó su mirada. Nuevo silencio se anidó junto a ellos.

_Todavía esto me resulta tan increíble... –comenzó Sarah-. Siento como si el tiempo se hubiera frenado, y mi cerebro de hubiera apagado –volteó y le dio la espalda.

El se giró, y la rodeó con ambos brazos. Se quedaron así unos segundos.

_Supongo que es el final...

_Sí, supongo que sí –aceptó él, y la soltó.

Se levantaron.

_¿Qué hora es?

_Las siete de la mañana. Será mejor que vayamos a desayunar, o...

_Sí, claro –lo interrumpió ella.

Se metieron al armario y fueron por el pasadizo hasta el otro extremo. Salieron al despacho, y él fue hasta la puerta y la abrió haciéndose a un lado para dejarla pasar primero.

Ella se sintió extraña. Meses antes, en esa misma situación él le había dado varias indicaciones para que no los vieran juntos, ni se levantaran “sospechas”. Pero había un quiebre. A ese hombre delante de ella, ya no le importaba nada más. Solía gustarle mantener todo en secreto, como si ella fuera Sarah en sus tiempos de noviazgo estudiantil. Pero ahora era Sarah, no era suya y no lo sería. Lo menos relevante en ese momento era la opinión de los demás.

_Vaya que se cierra un ciclo –comentó Hannah, y no Sarah, parada en el umbral.

_Sí.

Recordaron todas las veces que habían estado en ese lugar, de pie. Hannah y Severus. Hablando, discutiendo, a punto de besarse. Pero recordarlo ahora que sabían la verdad, era aún más amargo que haberlo hecho un par de días antes.

Ella salió, él no.

Caminó en dirección al Gran Hall, donde decidiría si ir a desayunar o a la Sala Común. Optó por la segunda opción. Fue con paso acelerado, y en el camino recordó a Chloe y Summer. No eran sus amigas, eran amigas de Hannah. Pero las adoraba, y no se imaginaba vivir sin ellas.

¿Estarían preocupadas porque había pasado mucho tiempo desde que ella se fue a Hogsmeade y ese momento? Cuando subió las vió dormidas en uno de los sillones, una hacia cada lado.

Se habían quedado esperándola. Seguramente porque ni ella ni Severus Snape habían bajado a cenar. Eso pasaría desapercibido para cualquiera, ya que seguramente varias alumnas habían faltado también... pero para ellas, no había lugar a dudas de dónde Hannah había pasado la noche.

Se dejó caer en un sillón vacío y las contempló.

¿Qué les diría? ¿Cómo explicarles que ella no era Hannah? ¿La querrían igual? ¿Serían tan amigas como siempre? ¿La juzgarían por los errores de su vida pasada?

Cada vez que intentaba encajar mentalmente en la vida de Hannah, se daba cuenta de que no cabía en ella. Ni Ann, ni Sarah eran adecuadas. Había creído que sería las dos, pero se había encontrado con que no era ninguna... y que probablemente, pasaría el resto de su vida en la constante disyuntiva, de actuar como una o como otra.

No podía decirles nada. Tendría que inventar alguna historia creíble y esconder por siempre que era sólo un Conjuro de Magia Negra Con Odio, Vida y Deseo de Venganza. Un experimento.

Pero como si sus pensamientos no estuvieran suficientemente alborotados, al bajar sola a desayunar, se encontró con la única persona restante capaz de ponerlos más revolucionados.

Aidan le sonreía al pie de la escalera, esperado que ella llegara a su encuentro. Al ver esos ojos y esa sonrisa se sintió más Hannah que las horas anteriores.

Le sonrió, corrió hacia él y lo besó.

_Feliz Primer Mes, amor –le dijo.

_Feliz Mes, hermosa.